domingo, 21 de julio de 2013

Anaranjado


Sus manos me abrazaron el torso a medio vestir, afuera era invierno. Sin pensar, una sonrisa se dibujó en mi rostro, cerré los ojos y me dejé llevar a su mundo de paz… Me bañó los hombros con su piel, la espalda con su desnudez y dejé besar las pecas, inverosímiles a simple vista, que bañan mi rostro. La habitación, cálida, era un paisaje otoñal. Ella dejaba caer el resto de su follaje, como hojas amarillentas que se deslizan a través del aire; yo, expectante, fotografiaba en mi mente cada segundo en movimiento, cada partícula lumínica que bañaba nuestros cuerpos; dibujando en suaves pinceladas, estremecedoras caricias que, por primera vez, se sentían creíblemente irreales.

Como al final de un cuento, no había tiempo que corra pasiones, príncipes que besen princesas ni brujas que hechicen manzanas brillantes. Como en finales felices, los minutos se contaban en canciones y amar no era otra cosa que vivir.

Me dejé llevar y me moldeaste con tanta suavidad que nuestros cuerpos volvieron a unirse como aquel mito donde éramos una misma persona, redonda. ¿Qué importa si, cuando despierte, no piense en nadie en particular?¿qué importa? Si el amor, en fin, se siente así…

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